En esta situación tan extraña, a veces, me encuentro un poco perdida. Mi vida se está resumiendo a casa, trabajo, ataque de ansiedad, compra y dibujos. La fotografía la tengo bastante aparcada. Hace varios meses que tengo la cámara olvidada en una balda, ya no la saco de paseo todos los días. Me siento un poco «impedida», no miro el mundo a través del visor y me falta algo. Me da pena porque creo que hay mucho que contar, que es importante tener fotografías del día a día para que no se nos olvide. Porque esta nueva realidad en algún momento se convertirá en un hito de la historia. Algo que se estudia, se cuenta pero que se olvida con mucha facilidad. Donde nos faltará la visión de la verdadera realidad, donde sólo se hablará de cifras pero se olvidará el trabajo de los sanitarios, de las cajeras, de la paranoia, de la incertidumbre ante la vida, del respeto de unos y la «desobediencia inútil» de otros.
En estos tiempos me he dado cuenta de que la humanidad es muy egoísta, (y eso que no estamos en guerra). La gente se ha vuelto impaciente, protestona, gritona, desconfiada. Tanto que una conocida me dijo que: «¡Claro! Los que vienen en las pateras traen muchos virus. Yo les mandaría de vuelta o sin mirar pincharía los botes.» Y ella tiene la certeza de que es muy buena persona, muy solidaria y muy amiga de sus amigos. ¡Menos mal!
Para luchar contra la desesperanza hice un curso de Cianotipia con Maddi Trutxuelo, me he apuntado a una charla en San Telmo con Ricardo Cases y estoy siguiendo un curso de Nagore Legarreta en el que jugaremos y respiraremos arte. Estoy siguiendo podcast que me divierten, leo poesía y me sumerjo en el mundo de la ilustración. Mi medicina siempre ha sido la curiosidad, la imaginación, la lectura, la música y el arte. Así que espero volver a pasear habitualmente a la «niña» y volver a retratar lo cotidiano, aunque tenga su punto raro.
