Gracias a estas fotografías rescatadas en diferentes brocantes, acabo descubriendo historias, lugares y oficios de finales del siglo XIX, principios del XX. Otras imágenes no puedo datarlas esta sé que es de 1891.
Me llamo Eduvigis. Ahora veo pasar a las amas de casa, las criaditas y las cocineras de medio París. Dicen que vendemos las mejores lentejas del Puy, los mejores flageolets, los mejores garbanzos, los mejores guisantes secos… Me miran con cara de asombro cuando levanto esos sacos de más de veinticinco kilos de grano o de cereales. Mi marido me guiña un ojo porque sabe de donde saco esta fuerza y yo sonrío pero no digo nada.
Ni he estado siempre bien vestida, ni bien peinada ni con la sonrisa a flor de piel. La gente piensa que mi trabajo es duro, ya que tengo cinco hijos, me levanto antes que los gallos y tengo que cargar con grandes sacos. ¡Ja! Lo que no saben es que desde muy pequeña trabajaba en los barcos lavaderos del Canal de Saint Martin. Eso sí que era duro, poner a remojo la ropa, cubrirla de cenizas, poner agua a hervir, frotar, aclarar, vuelta a frotar…
Un domingo, me invitaron a un baile a orillas del Sena. Y allí entre todos los chicos me llamó la atención Jean Baptiste. Empezamos a hablar y yo lo primero que le conté era qué trabajaba de lavandera. Aunque viendo mis manos creo que ya se lo había imaginado. Yo creo que le gustó mi franqueza y lo trabajadora que era. El siempre me dice que fue mi sonrisa. Porque yo tengo cara de seria y de mal genio, pero cuando sonrío parece que se me ilumina la cara, al menos eso es lo que dicen.
Ya os he contado que tengo cinco hijos, tres chicas y dos chicos. Cuando vienen a revolotear por el puesto los pretendientes de las dos mayores yo pongo cara de perro. Si de verdad están interesados, vuelven más veces. Anne me utiliza mucho para alejar a los chicos que no le gustan; cuando ve acercarse a uno de ellos, pone una voz melosa y me dice: «Maman, mon choux» y yo ya entiendo que tengo que sacar esa cara de amargada que se me da tan bien poner.
Pero la novia de Pierre sabe que cuando entran en casa se convierten en otro hijo más. Así que les persigo como si fuera una gallina clueca y les doy millones de abrazos. Los que yo no tuve de pequeña.