Una vida inventada 11

Me llamo Anette Moncassin y nací en Nancy. Soy la mayor de cinco hermanos. La economía en casa no era muy boyante. Al cumplir los quince años empecé a trabajar en una de las fábricas de cristal que hay en mi ciudad. Después de pasar un par de años puliendo lágrimas para las lámparas pasé a estar encargada de pulir las bolas de cristal para las grandes escaleras de casas que nunca había visto.

Un día, mi jefe, me llevó a un «hotel particulier» para instalar los remates de las escaleras y terminar de pulirlos allí. Cuando entré me quedé con la boca abierta. Había un ventanal cubierto con una gran vidriera que representaba el jardín exterior de la mansión. ¡Nunca hubiese imaginado que se podían crear vidrieras para algo más que para las iglesias y catedrales! Para mí, fue toda una revelación.

Desde aquel día mi obsesión era diseñar vidrieras. Aunque como podreis imaginar no enseñaba a nadie mis dibujos. Ahora en la fábrica pasaba mi tiempo de descanso visitando el laboratorio donde creaban los colores, o viendo cómo restauraban alguna vidriera de la catedral de mi ciudad.

Preguntaba a unos y a otros y poco a poco fui aprendiendo algunos trucos del oficio. Me paseaba con una carpeta para buscar inspiración en la naturaleza, en algún juego de luces que veía al amanecer, en los vestidos de gala… A mis compañeros les hacía gracia verme arrastrar esa carpeta tan grande y el estuche donde guardaba mis lápices. De mi sueldo le pedí a mi madre que me dejara unos pocos francos para comprarme papeles y lápices.

Monsieur Legrand, el dueño de la papelería que estaba al lado de la fábrica, me fue vendiendo un estuche de un montón de pinturas poco a poco. El me la quería dar entera y que yo la pagase a plazos pero me pareció más razonable que guardase él la caja y yo me los fuese llevando poco a poco. Era muy emocionante ir pensando que color iba a coger ese mes. Empecé por los primarios, el negro era el lápiz con el que escribía en casa. Y luego cogía según la inspiración de ese mes. Tardé casi dos años en tener la caja completa.

Una mañana, que llegaba tarde, e iba corriendo me tropecé y todos mis dibujos salieron volando. ¡Qué apuro! Mi jefe venía a lo lejos y me iba a pillar. Cuando llegó a mi altura me ayudó a recoger los papeles que iban volando en todas las direcciones. Cuando conseguí reunir todos, me pidió la carpeta para llevársela a su despacho. ¡Qué disgusto! Pensé que me iba a despedir o al menos que no iba a volver a ver mi amada carpeta.

Así que cuando me llamó la secretaria de Monsieur me temí lo peor. ¡Cómo iba a contar en casa que me habían despedido! ¡Dónde iba a trabajar! Llegué al despacho aguantándome las lágrimas, mordiéndome los labios. Toqué la puerta con aprensión, entré y vi a mi jefe con su socio y con el contable de la fábrica. ¡La había hecho buena! Estaba tan nerviosa que no vi que sonreían.

Ahora estoy matriculada en la Escuela de Arte de Nancy para aprender las bases, luego me mandan a la Escuela de Artes del Louvre para perfeccionar mis conocimientos sobre la historia del arte. Sigo cobrando el sueldo, me pagan los materiales y los cursos. La única condición es que trabaje para ellos. ¡Yo feliz!

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Porque nos nutrimos de muchas cosas como la literatura, las exposiciones, el cine, la música, los lugares, los olores, los sabores. Pequeños apuntes de mis “vivencias”.

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