Seguimos confinados, así que espero que con estas historias el tiempo se os haga un poco más corto. A mí escribirlas me ayuda mucho. Consigo viajar con la imaginación hacia otras tierras y otros tiempos.
Me iban a llamar Hertha como mi tía que vivía en Ettlingen pero el párroco era un poco sordo y me puso Gertha. Yo nací en la ciudad de Altenburg y tuve una infancia de lo más normal en una casita de dos pisos en medio de una plaza empedrada. A mí madre le entusiasmaba el piano y me enseñó a tocar muy pronto. Fui a la escuela durante ocho años; al ser mujer no pude acudir a una escuela de educación secundaria pero no me importó ya que mi madre me enseñaba además del piano, botánica y francés en casa.
Cuando estaba a punto de cumplir los dieciséis años me surgió la oportunidad de trabajar para los señores Dietrich. Tenían un hijo que se llamaba Karl que tenía tres años, después de un par de abortos tuvieron gemelas, y la pobre madre no se podía ocupar de todos. Friedrich Leopold Oscar Dietrich era el jefe de mi padre, antes habían sido compañeros de trabajo así que se conocían muy bien. Un día hablando con él, mi padre le sugirió que me contratara para ayudar a su mujer. Así me convertí en Fräulein Gertha.
Me lo pasaba muy bien ya que hubo unos años donde me ocupaba casi todo el rato de los bebés, pero enseguida crecieron y se convirtieron en unos seres curiosos y despiertos. Antes de ir a la escuela, si no llovía, me los llevaba todo el día a pasear por los jardines y bosquecitos que había cerca de casa. Allí les enseñaba los nombres de las plantas, ¡hasta hicimos un herbario! Luego les llevaba a la escuela, me ocupaba de sus dormitorios y de sus ropas, volvía a recogerlos y nos pasábamos la tarde jugando en la gran casa.
Pasaron los años, los niños crecieron y yo pasé a trabajar en la fábrica de máquinas de coser de la familia. Dejé de trabajar cuando me casé y tuve mis propios hijos pero los niños Dietrich pasaban por nuestra casa por lo menos una vez a la semana. Para ellos era como una tía a la que contaban sus cuitas y proyectos. Lo que más ilusión me hizo fue cuando en 1930 Karl creó un jardín botánico en nuestra ciudad y le puso mi nombre a una de las avenidas.