Una vida inventada 7

Se llamaba Hervè. Nadie sabía como se apellidaba. Todo el mundo le conocía como Hervé de Saint- Tropez, porque fue allí donde nació. Nunca contó porqué huyó de ese pueblo de pescadores para llevar un bistró cerca de les Halles de Paris.

Se pasaba el día bayeta en mano limpiando las mesas redondas de mármol blanco, sirviendo garrafas de vino, sopa de cebolla o cerveza a los trabajadores del mercado. Corriendo tras las demandas: «Garçon, demi-tasse!, Garçon, absenta!, Garçon, pot-au-feu! Después de unos pocos años conocía muy bien el louchebem,»argot» de los carniceros. Ese lenguaje que utilizaban para que la clientela no supiera de qué estaban hablando.

Lo que nunca servía en su casa era pescado. Se hizo especialista en cremas y sopas de todos los pelajes, menos las marineras. Viendo a los lecheros repartir la leche de casa en casa se le ocurrió una buena idea. Empezó vendiendo sopas a los trabajadores cuando acababan la jornada. Se la llevaban a casa y así tenían parte de la cena preparada. El rumor de que si ibas con una lechera o un pote te la llenaba de sopa o de crema por muy poco dinero se extendió por los barrios cercanos.

Como era un hombre avispado quedó con los vendedores de verduras para que le reservaran los excedentes del día, los compraba a peso. A veces tenía más variedad, a veces sólo había cebolletas y berzas. El siempre pagaba lo mismo por el kilo de verdura. Luego en grandes marmitas inventaba sopas y cremas. Primero contrató a un joven que vendía leche con su carro y su asno y empezó a repartir sus comidas por el barrio. Pasados unos meses tuvo que contratar a otros dos chicos para que fueran a algún barrio más alejado. Poco a poco fue haciendo dinero. Tuvo que contratar a más cocineros y más repartidores. Algunos iban a las puertas de las fábricas con sus sopas, luego añadió alguna quiche y algún bocadillo que otro. Se convirtió en el primer food truck de París.

Se casó con Engrace Bridoux, hija del farmacéutico del barrio. Eran casi de la misma edad y hablaban algunas veces cuando Hervé acudía a la botica para echar una partida de cartas con su padre y otros comerciantes. Lo que le enamoró a ella fue cuando vio que regalaba muchas de las comidas que hacía. Si sabía de alguien con problemas en el barrio, no decía nada pero en cuanto veía pasar a alguien de la familia le decía: «Aquí tengo las verduras que me dejaste para que te guardara con el kilo de harina y los huevos.» o «Me queda un poco de pot-au-feu, no lo puedo guardar hasta mañana. ¿Te importaría llevártelo? Me harías un gran favor».

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Porque nos nutrimos de muchas cosas como la literatura, las exposiciones, el cine, la música, los lugares, los olores, los sabores. Pequeños apuntes de mis “vivencias”.

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